lunes, 24 de marzo de 2008
1) Jorge Drexler interpretando "El Monte y el río". (vídeo)
2) Maná interpretando "El viento en la isla".(vídeo)
3) Joaquín Sabina interpretando parte del poema "Farewell".(vídeo)
4) Titãs interpretando parte del poema "Farewell".(vídeo)
5) Pablo Neruda en Brasil junto a Luis Carlos Prestes.(vídeo)
Pablo Neruda en Cuba junto a Nicolás Guillén y Carlos Puebla.(vídeo)
6) Pablo Neruda y la Guerra Civil Española. (Texto Winnipeg)
Contacto;
Prof. Luis González
amerik@terra.com.br
jueves, 20 de marzo de 2008
Buenos días... ¿Puedo pasar? Me llamo
Pablo Neruda, soy poeta. Vengo llegando
mar, de una mina que visité en Copiapó.
Vengo llegando de mi casa de Isla Negra y
te pido permiso para entrar en tu casa, para
leerte mis versos, para que conversemos...
De: Pablo Neruda. México Combatiente. 1976
El monte y el río
En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.
Ven conmigo.
La noche al monte sube.
El hambre baja al río.
Ven conmigo.
Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.
Ven conmigo.
No sé, pero me llaman
y me dicen «Sufrimos».
Ven conmigo.
Y me dicen: «Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,
con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».
Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.
EL VIENTO EN
El viento es un caballo:
óyelo cómo corre
por el mar, por el cielo.
Quiere llevarme: escucha
cómo recorre el mundo
para llevarme lejos.
Escóndeme en tus brazos
por esta noche sola,
mientras la lluvia rompe
contra el mar y la tierra
su boca innumerable.
Escucha como el viento
me llama galopando
para llevarme lejos.
Con tu frente en mi frente,
con tu boca en mi boca,
atados nuestros cuerpos
al amor que nos quema,
deja que el viento pase
sin que pueda llevarme.
Deja que el viento corra
coronado de espuma,
que me llame y me busque
galopando en la sombra,
mientras yo, sumergido
bajo tus grandes ojos,
por esta noche sola
descansaré, amor mío.
F A R E W E L L
1
DESDE el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste, como yo, nos mira.
Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.
Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.
Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.
2
YO NO lo quiero, Amada.
Para que nada nos amarre
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.
3
(AMO el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.
4
AMO el amor que se reparte
en besos, lecho y pan.
Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.
Amor que quiere libertarse
para volver a amar.
Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.)
5 (Titãs)
YA NO se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.
Fui tuyo, fuiste mía. Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.
Fui tuyo, fuiste mía. Tu serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
...Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.
1) En el Pacaembu junto a Carlos Prestes
2) En Cuba junto a Nicolas Guillén (ver enlace de Cándido Portinari) y a Carlos Puebla.
3) Imágenes de Pablo Neruda.
Pablo Neruda y Carlos Prestes
15 de julio: asiste en el Estadio de Pacaembú, en Sao Paulo, al Comicio en homenaje a Luis Carlos Prestes (cien mil personas). 30 de julio: recepción en
PRESTES
(Confieso que he vivido)
Ningún dirigente comunista de América ha tenido una vida tan azarosa y portentosa como Luis Carlos Prestes. Héroe militar y político de Brasil, su verdad y su leyenda traspasaron hace mucho tiempo las restricciones ideológicas, y él se convirtió en una encarnación viviente de los héroes antiguos.
Por eso, cuando en Isla Negra recibí una invitación para visitar el Brasil y conocer a Prestes, la acepté de inmediato. Supe, además, que no había otro invitado extranjero y esto me halagó. Sentí que de alguna manera yo tomaba parte en una resurrección.
Recién salía Prestes en libertad después de más de diez años de prisión. Estos largos encierros no son excepcionales en el "mundo libre". Mi compañero, el poeta Nazim Hikinet, pasó trece o catorce años en una prisión de Turquía. Ahora mismo, cuando escribo estos recuerdos, hace ya doce años que seis o siete comunistas del Paraguay están enterrados en vida, sin comunicación alguna con el mundo. La mujer de Prestes, alemana de origen, fue entregada por la dictadura brasileña a
Yo estaba en México cuando murió su madre, doña Leocadia Prestes. Ella había recorrido el mundo demandando la liberación de su hijo. El general Lázaro Cárdenas, ex presidente de
Compartí la indignación de todo el mundo y escribí un poema en honor de doña Leocadia, en recuerdo de su hijo ausente y en execración del tirano.
Lo leí junto a la tumba de la noble señora que en vano golpeó las puertas del—mundo para liberar a su hijo. Mi poema empezaba sobriamente:
Señora, hiciste grande, más grande a nuestra América. Le diste un río puro de colosales aguas: le diste un árbol grande de infinitas raíces: un hijo tuyo digno de su patria profunda.
Pero, a medida que el poema continuaba se hacía más violento contra el déspota brasileño.
Lo seguí leyendo en todas partes y fue reproducido en octavillas y en tarjetas postales que recorrieron el continente.
Una vez, de paso por Panamá, lo incluí en uno de mis recitales, luego de haber leído mis poemas de amor. La sala estaba repleta y el calor del istmo me hacía transpirar. Empezaba yo a leer mis imprecaciones contra el presidente Vargas cuando sentí secarse mi garganta. Me detuve y alargué la mano hacia un vaso que estaba cerca de mí. En ese instante vi que una persona vestida de blanco se acercaba presurosa hacia la tribuna. Yo, creyendo que se trataba de un empleado subalterno de la sala, le tendí el vaso para que me lo llenara de agua. Pero el hombre vestido de blanco lo rechazó indignado y dirigiéndose a la concurrencia gritó nerviosamente: "Soy o Embaxaidor do Brasil. Protesto porque Prestes es sólo un delincuente común..."
A estas palabras, el público lo interrumpió con silbidos estruendosos. Un joven estudiante de color, ancho como un armario, surgió de en medio de la sala y, con las manos dirigidas peligrosamente a la garganta del embajador, se abrió paso hacia la tribuna. Yo corrí para proteger al diplomático y por suerte pude lograr que saliera del recinto sin mayor desmedro para su investidura.
Con tales antecedentes, mi viaje desde Isla Negra a Brasil para tomar parte en el regocijo popular, pareció natural a los brasileños. Quedé sobrecogido cuando vi la multitud que llenaba el estadio de Pacaembú, en Sáo Paulo. Dicen que había más de ciento treinta mil personas. Las cabezas se veían pequeñísimas dentro del vasto círculo. A mi lado Prestes, diminuto de estatura, me pareció un lázaro recién salido de la tumba, pulcro y acicalado para la ocasión. Era enjuto y blanco hasta la transparencia, con esa blancura extraña de los prisioneros. Su intensa mirada, sus grandes ojeras moradas, sus delicadísimas facciones, su grave dignidad, todo recordaba el largo sacrificio de su vida. Sin embargo habló con la serenidad de un general victorioso.
Yo leí un poema en su honor que escribí pocas horas antes. Jorge Amado le cambió solamente la palabra albañiles por la portuguesa "pedreiros". A pesar de mis temores, mi poema leído en español fue comprendido por la muchedumbre. A cada línea de mi pausada lectura estalló el aplauso de los brasileños. Aquellos aplausos tuvieron profunda resonancia en mi poesía. Un poeta que lee sus versos ante ciento treinta mil personas no sigue siendo el mismo, ni puede escribir de la misma manera después de esa experiencia.
Por fin me encuentro frente a frente con el legendario Luis Carlos Prestes. Está esperándome en la casa de unos amigos suyos. Todos los rasgos de Prestes —su pequeña estatura, su del gadez, su blancura de papel transparente—adquieren una precisión de miniatura. También sus palabras, y tal vez su pensamiento, parecen ajustarse a esta representación exterior.
Dentro de su reserva, es muy cordial conmigo. Creo que me dispensa ese trato cariñoso que frecuentemente recibimos los poetas, una condescendencia entre tierna y evasiva, muy parecida a la que adoptan los adultos al hablar con los niños.
Prestes me invitó a almorzar para un día de la semana siguiente. Entonces me sucedió una de esas catástrofes sólo atribuible al destino o a mi irresponsabilidad. Sucede que el idioma portugués, no obstante tener su sábado y su domingo, no señala los demás días de la semana como lunes, martes, miércoles, etc., sino con las endiabladas denominaciones de segonda feíra, tersa Jeira, quarta Jeira, saltándose la primera Jeira para complemento. Yo me enredo enteramente en esas feiras, sin saber de qué día se trata.
Me fui a pasar algunas horas en la playa con una bella amiga brasileña, recordándome a mí mismo a cada momento que al día siguiente me había citado Prestes para almorzar. La quarta feira me enteré de que Prestes me esperó la tersa Jeira inútilmente con la mesa puesta mientras que yo pasaba las horas en la playa de Ipanema. Me buscó por todas partes sin que nadie supiera mi paradero. El ascético capitán había encargado, en honor a mis predilecciones, vinos excelentes que tan difícil era conseguir en el Brasil. Ibamos a almorzar los dos solos.
Cada vez que me acuerdo de esta historia, me quisiera morir de vergüenza. Todo lo he podido aprender en mi vida, menos los nombres de los días de la semana en portugués.
***
Dura elegía
(Residencia en la tierra)
Señora, hiciste grande, más grande a nuestra América.
Le diste un río puro de colosales aguas:
le diste un árbol alto de infnitas raíces:
un hijo tuyo digno de su patria profunda.
Todos lo hemos querido junto a estas orgullosas
flores que cubrirán la tierra en que reposas,
todos hemos querido que viniera del fondo
de América, a través de la selva y del páramo,
para que así tocara tu frente fatigada
su noble mano llena de laureles y adioses.
Pero otros han venido por el tiempo y la tierra,
señora, y le acompañan en este adiós amargo
para el que te negaron la boca de tu hijo
y a él, el encendido corazón que guardabas.
Para tu sed negaron el agua que creaste,
el manantial remoto de su boca apartaron.
Y no sirven las lágrimas en esta piedra rota,
en que duerme una madre de fuego y de claveles.
Sombras de América, héroes coronados de furia,
de nieve, sangre, océano, tempestad y palomas,
aquí: venid al hueco que esta madre en sus ojos
guardaba para el claro capitán que esperamos:
héroes vivos y muertos de nuestra gran bandera:
O'Higins, Juárez, Cárdenas, Recabarren, Bolívar,
Martí, Miranda, Artigas, Sucre, Hidalgo, Morelos,
Belgrano, San Martín, Lincoln, Carrera, todos
venid, llenad el hueco de vuestro gran hermano
y que Luis Carlos Prestes sienta en su celda el aire,
las alas torrenciales de los padres de América.
La casa del tirano tiene hoy una presencia
grave como un inmenso ángel de piedra,
la casa del tirano tiene hoy una visita
dolorosa y dormida como una luna eterna,
una madre de llanto, de venganza, de flores,
una madre de luto, de bronce, de victoria,
mirará eternamente los ojos del tirano
hasta clavar en ellos nuestro luto mortal.
Señora, hoy heredamos tu lucha y tu congoja.
Heredamos tu sangre que no tuvo reposo.
Juramos a la tierra que te recibe ahora,
no dormir ni soñar hasta que vuelva tu hijo.
Y como en tu regazo su cabeza faltaba
nos hace falta el aire que su pecho respira,
nos hace falta el cielo que su mano indicaba.
Juramos continuar las detenidas venas,
las detenidas llamas que en tu dolor crecían.
Juramos que las piedras que te ven detenerte
van a escuchar los pasos del héroe que regresa.
No hay cárcel para Prestes que esconda su diamante.
El pequeño tirano quiere ocultar su fuego
con sus pequeñas alas de murciélago frío
y se envuelve en el turbio silencio de la rata
que roba en los pasillos del palacio nocturno.
Pero como una brasa de centella y fulgores
a través de las barras de hierro calcinado
la luz del corazón de Prestes sobresale,
como en las grandes minas del brasil la esmeralda,
como en los grandes ríos del Brasil la corriente
y como en nuestros bosques de índole poderosa
sobresale una estatua de estrellas y follaje,
un árbol de las tierras sedientas del Brasil.
Y tu hijo encadenado combate con nosotros,
a nuestro lado, lleno de luz y de grandeza.
Nada puede el silencio de la araña implacable
contra la tempestad que desde hoy heredamos.
Nada pueden los lentos martirios de este tiempo
contra su corazón de madera invencible.
El látigo y la espada que tus manos de madre
pasearon por la tierra como un sol justiciero
iluminan las manos que hoy te cubren de tierra.
Mañana cambiaremos cuanto hirió tu cabello.
Mañana romperemos la dolorosa espina.
Mañana inundaremos de luz la tenebrosa
cárcel que hay en la tierra.
Mañana venceremos.
Y nuestro Capitán estará con nosotros.
TRÁIGAME ESPAÑOLES
Pero la vida me sacó de inmediato de allí.
Las noticias aterradoras de la emigración española llegaban a Chile. Más de quinientos mil hombres y mujeres, combatientes y civiles, habían cruzado la frontera francesa. En Francia, el gobierno de Léon Blum, presionado por las fuerzas reaccionarias, los acumuló en campos de concentración, los repartió en fortalezas y prisiones, los mantuvo amontonados en las regiones africanas, junto al Sahara.
El gobierno de Chile había cambiado. Los mismos avatares del pueblo español habían robustecido las fuerzas populares chilenas y ahora teníamos un gobierno progresista.
Ese gobierno del Frente Popular de Chile decidió enviarme a Francia, a cumplir la más noble misión que he ejercido en mi vida: la de sacar españoles de sus prisiones y enviarlos a mi patria. Así podría mi poesía desparramarse como una luz radiante, venida desde América, entre esos montones de hombres cargados como nadie de sufrimiento y heroísmo. Así mi poesía llegaría a confundirse con la ayuda material de América que, al recibir a los españoles, pagaba una deuda inmemorial.
Casi inválido, recién operado, enyesado en una pierna —tal eran mis condiciones físicas en aquel momento—, salí de mi retiro y me presenté al presidente de la república. Don Pedro Aguirre Cerda me recibió con afecto.
—Sí, tráigame millares de españoles. Tenemos trabajo para todos. Tráigame pescadores; tráigame vascos, castellanos, extremeños.
Y a los pocos días, aún enyesado, salí para Francia a buscar españoles para Chile.
Tenía un cargo concreto. Era cónsul encargado de la inmigraciónn española; así decía el nombramiento. Me presenté luciendo mis títulos a la embajada de Chile en París.
Gobierno y situación política no eran los mismos en mí patria, pero la embajada en París no había cambiado. La posibilidad de enviar españoles a Chile enfurecía a los engomados diplomáticos. Me instalaron en un despacho cerca de la'cocina, me hostilizaron en todas las formas hasta negarme el papel de escribir. Ya comenzaba a llegar a las puertas del edificio de la embajada la ola de los indeseables combatientes heridos, juristas y escritores, profesionales que habían perdido sus clínicas, obreros de todas las especialidades.
Como se abrían paso contra viento y marea hasta mi despacho, y como mi oficina estaba en el cuarto piso, idearon algo diabólico: suspendieron el funcionamiento del ascensor. Muchos de los españoles eran heridos de guerra y sobrevivientes del campo africano de concentración, y me desgarraba el corazón verlos subir penosamente hasta mi cuarto piso, mientras los feroces funcionarios se solazaban con mis dificultades.
Winnipeg
Me gustó desde un comienzo la palabra Winnipeg. Las palabras tienen alas o no las tienen. La palabra Winnipeg es alada. La vi volar por primera vez en un atracadero de vapores, cerca de Burdeos. Era un hermoso barco viejo, con esa dignidad que dan los siete mares a lo largo del tiempo...
Ante mi vista, bajo mi dirección, el navío debía llenarse con dos mil
hombres y mujeres. Venían de campos de concentración, de inhóspitas regiones del desierto. Venían de la angustia, de la derrota y este barco debía llenarse con ellos para traerlos a las costas de Chile, a mi propio mundo que los acogía. Eran los combatientes españoles que cruzaron la frontera de Francia hacia un exilio que dura más de 30 años.
Yo no pensé, cuando viajé de Chile a Francia, en los azares, dificultades y adversidades que encontraría en mi misión. Mi país necesitaba capacidades calificadas, hombres de voluntad creadora. Necesitábamos especialistas.
Recoger a estos seres desperdigados, escogerlos en los más remotos campamentos y llevarlos hasta aquel día azul, frente al mar de Francia, donde suavemente se mecía el barco Winnipeg, fue cosa grave, fue asunto enredado, fue trabajo de devoción y desesperación.
Mis colaboradores eran una especie de tribunal del purgatorio. Y yo, por primera y última vez, debo haber parecido Júpiter a los emigrados. Yo decretaba el último Sí o el último No. Pero yo soy más Sí que No, de modo que dije siempre Sí.
Estábamos ya a bordo casi todos mis buenos sobrinos, peregrinos hacia tierras desconocidas, y me preparaba yo a descansar de la dura tarea, pero mis emociones parecían no terminar nunca. El gobierno de Chile, presionado y combatido, me instaba en un telegrama a cancelar el viaje de los emigrados.
Hablé con el Ministerio de Relaciones Exteriores de mi país. Era difícil hablar a larga distancia en 1939. Pero mi indignación y mi angustia se oyeron a través de océanos y cordilleras y el Ministro se solidarizó conmigo Después de una crisis de gabinete, el Winnipeg, cargado con dos mil republicanos que cantaban y lloraban, levó anclas y enderezó rumbo a Valparaíso.
"Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie", escribió el poeta acerca de esta hazaña.
Pablo Neruda
(Para nacer he nacido)
Obs. Existe un documental del canal 33 de Barcelona "Winnipeng el barco de la esperanza"